miércoles, 15 de diciembre de 2010

Las amenazas del próximo manual sobre salud mental.

“Cuando todo es enfermedad ya no queda nada de responsabilidad y sin responsabilidad corremos el peligro de quedarnos sin derechos y sin la capacidad de actuar dentro de un marco de libertad”. Con esta sencilla frase podemos condensar el fin último del artículo que sigue, que no es ni más ni meno que centrar nuestra atención y con ella nuestra alerta en las consecuencias de la próxima edición, en el año 2013, de la quinta versión del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V) de la Asociación Psiquiátrica Americana.


Y es que de “la próxima biblia de la psiquiatría” va a depender la separación entre personas sanas y enfermas y, si no nos fallan las cuentas, van a ser tantos los trastornos y tan flexibles sus mediciones, que por primera vez en la historia de la humanidad nos vamos a encontrar con un planeta poblado por una mayoría de enfermos mentales.

Ante semejante panorama nos asalta la inevitable pregunta de si no tenemos suficientes patologías mentales con el actual DSM-IV (297, concretamente), a la que los contenidos del proyecto que ha sido puesto en marcha del DSM-V parecen contestar de forma negativa. De ahora en adelante las tasas de trastornos mentales estarán al alza. La subida se producirá de dos maneras:

Habrá nuevos diagnósticos que podrán ser extremadamente comunes en la población general (¿se fabricarán nuevas enfermedades mentales?).
Los umbrales de muchos desórdenes ya existentes serán más bajos (el diagnóstico será posible con síntomas más leves).

El nuevo manual podría desencadenar en un exceso de prescripción farmacológica (imagen: usuario de Flickr).

Los nuevos diagnósticos “problemáticos” serán el síndrome de riesgo de psicosis, que dará lugar a una tasa de falsos positivos de entre el 70% y el 75%, con lo que miles de adolescentes y jóvenes adultos recibirán tratamientos psicofarmacológicos innecesarios para su supuesto riesgo de padecer en el futuro un trastorno psicótico; el trastorno mixto ansioso depresivo, que podrá convertirse en uno de los más comunes desórdenes mentales, psiquiatrizando y psicologizando reacciones normales ante la vida; el trastorno cognitivo menor, definido por síntomas inespecíficos de desempeño intelectual reducido y que le dará entidad de enfermedad a déficits cognitivos que son normales a partir de los 50 años; el trastorno de atracones, que tendrá en la población general una tasa del 6 % al considerar como patología el darse un atracón al menos una vez por semana durante 3 meses; el trastorno disfuncional del carácter con disforia que considerará enfermedad los exabruptos del carácter (la mala leche o el mal genio); el trastorno coercitivo parafílico, con lo cual muchos violadores ya no serán criminales sino enfermos; el trastorno por hipersexualidad (sobran los comentarios); y las adicciones conductuales, que podrán incluir en la categoría de adicciones a sustancias, por ejemplo, el juego patológico o bien otras no especificadas como a comprar, al sexo, al trabajo, a la tarjeta de crédito, a los videojuegos…, con lo que se nos dotará de una excusa ideal para descargar nuestra responsabilidad personal en una etiqueta diagnóstica.

En el caso de umbrales más bajos para categorías ya existentes, los cambios introducidos en los criterios de algunas enfermedades mentales producirán un gran aumento de diagnósticos como el de trastorno de déficit de atención con o sin hiperactividad (con el consecuente abuso de fármacos estimulantes para su tratamiento), el trastorno de adicción ( que llevará a etiquetar con la dura palabra de adicción a aquellos cuyo problema esté restringido al uso intermitente de sustancias), el trastorno del espectro del autismo (alimentando la epidemia del pobremente definido autismo), la medicalización del duelo normal (transformándose en un blanco muy apetecible para ya sabemos quién), o la pedohebefilia (¿el sexo con individuos de 14 ó 15 años debe ser una cuestión legal o psiquiátrica?, ¿tener relaciones con un adolescente menor de edad debe entenderse como una conducta regulable por la ley en cada sociedad o como un síntoma de enfermedad mental?).

Ojalá podamos retractarnos de nuestro alarmismo y que el DSM-V definitivo y la propia práctica clínica de los profesionales de salud mental subsanen, lo que bajo nuestro punto de vista, son errores con graves consecuencias para el ser humano: la medicalización de trastornos inexistentes o de reacciones normales a la vida, o la peligrosa tendencia a quitarnos de encima la responsabilidad de nuestros actos, la cual va indisolublemente unida al ejercicio de una libertad a la que no se puede renunciar.



Autor: ESTHER SANZ 9 diciembre 2010.

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